El terremoto de Todos los Santos movió los cimientos de Huelva
El terremoto del día de Todos los Santos de 1 de noviembre de 1755, estuvo siempre muy en el recuerdo de los onubenses. Se le conoce por el terremoto de Andalucía y Lisboa, ya que asoló desde esta ciudad hasta toda nuestra costa. Ahora se cumplen 250 años de aquel suceso que conmocionó a los onubenses, fallecieron ocho personas y se arruinaron los edificios públicos y muchas viviendas. Pero con más precisión hay que hablar de maremoto, o lo que es lo mismo un tsunami, término japonés hoy de moda para designar este fenómeno y que ha vuelto a recobrar un triste interés por el padecido recientemente en indonesia.
Tan grave fue que se publicaron incluso hojillas que relataban el terremoto: "se dejó sentir el ruido subterráneo, acompañado de un temblor, o baibén de la tierra, tan violento, que pareció haberse roto su eje". En esta hojilla se indica que había comenzado a las 9,52 horas y duró de 7 a 8 minutos, quedando afectado los conventos de la Victoria, la Merced, San Francisco y las Agustinas, que se consideraban inhabitables y el palacio de los condes que era el que menos había padecido necesitaba de grandes reparos, lo mismo que ocurría a las demás casas que se mantenían en pie y que eran menos de la mitad de las que componían la población. La situación que se creó era de alarma, tanto que "consternado el vecindario, a vista de esta desgracia, se retiró a los cerros, y colinas más eminentes, no sólo con el temor de que se repitiese ese azote, sino también para liberarse de los movimientos extraordinarios del mar, que una hora después del terremoto, se conmovió furiosamente y empujó las aguas sobre la costa, de forma, que se creyó que hubiese anegado todo el pueblo". En las islas de Saltés y la Cascajera, que están frente a Huelva "se notó que toda el agua que arrojó el mar se sumergió por ellas".
Muchas familias tuvieron que marcharse al campo, entre huertas, sufriendo mil incomodidades, el frío y el agua", otros se fueron a algunos pueblos cercanos que menos lo padecieron como Gibraleón, San Juan del Puerto y Valverde. También sufrieron a la hora de la temporada de la jabega de sardina, ya que muchas almadrabas habían sido de alguna manera tragadas por el agua.
La primera situación de los desperfectos ocasionados por el terremoto se recoge en el acta capitular del cabildo municipal del día siguiente, donde se constata el "haberse arruinado con el expresado terremoto la mayor parte de los edificios de esta villa", mientras que el resto quedaban bastante "lastimados". La situación en la ciudad era grave, tanto que el día 8 de noviembre evaluado con más detenimiento los daños, el cabildo se ve obligada a "recurrir a la real piedad de su majestad", de tal manera que solicitaban la condonación de los pagos de las contribuciones.
La torre de San Pedro cayó sobre la bóveda con el terremoto, sin que afectara a esta. Los desperfectos causados por el terremoto de Todos Los Santos estaban subsanadas en 1756, ya que el 1 de noviembre de ese año se celebra en San Pedro el sermón moral predicado por Antonio Jacobo del Barco. Una torre que se verá afectada nuevamente por un huracán en 1758 y con el terremoto de 1763.
Mientras, en la parroquia de la Concepción también se tienen que acometer importantes reformas. Con un final de obras en 1758, con sermón moral que predicó el presbítero José Moreno, capellán de las Agustinas. Sin embargo no fueron muy afortunadas las obras pues necesitó de nuevas reformas; en 1762 Juan Agustín de Mora aseguraba que ya estaba reparada "y aun mejorada de como antes estaba, en primor y adorno, aviéndosele dado a su gallarda torre, aun más elevación de la que antes tenía".
Aunque la Concepción "padeció gran ruina con el terremoto y "se hubo de desamparar la iglesia, y remover de ella el Santísimo, sirviendo interin de parroquia de la iglesia de las Madres Agustinas". El convento se vio seriamente afectado, aunque no así la iglesia que sirvió de sede para las dos parroquias, mientras que la comunidad se vio obligada a cobijarse provisionalmente en una barraca en la huerta, pasando luego a una casa ofrecida por Tomás Moreno, hasta que Tomás Wadine ofrece una importante cantidad de dinero para la reedificación.
Otra crónica de la época sobre el terremoto, a modo de carta, es la del arcipreste de Huelva, Antonio Jacobo del Barco, en los discursos mercuriales de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, donde deja un buen relato.